jueves, 26 de diciembre de 2019

COMO SI ADOLF HITLER






Esperé por ti.

Como si Adolf Hitler, en un arrebato de humanidad hubiese dicho:
Maldita sea, dejad que se vayan los niños.
Que las mujeres recojan su ropa y se suelten el pelo.
Que los hombres regresen a Berlín
o a cualquier lugar, no importa. Apagad las duchas,
restituid sus derechos y cubrid las heridas
con un vendaje arrepentido.
Lo hicimos mal, muy mal.
Tirad las armas y el uniforme.
Sufragaremos los gastos de la derrota
y la agonía del desconsuelo.
Cambiaremos las bombas
por octavillas cargadas
con peticiones de perdón.
Aclamaremos a los poetas
y editaremos de nuevo los libros
quemados en la Bebelplatz.

Pero no regresaste.

Ni recompusiste los cristales quebrados
que lloraban sobre el suelo.
Ni atornillaste la mesa, ni mantuviste la calma
ante el herido reproche.

Seguiste adelante.

Dirigiendo pelotones extintos,
desoyendo la voz de tus generales,
desviando la culpa
para evitar enfrentarte
a la guerra
                       que habías
                                                creado.

Decidida y fuerte,
desmedida y fría,
fuiste víctima
de tu propio orgullo.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

EL BERLÍN IMPOSIBLE DE HITLER

     Con mucha ilusión puedo contaros que ya está a la venta mi cuarto poemario: El Berlín imposible de Hitler, un libro distinto a los anteriores en el que me he tomado la libertad de experimentar un poco, mezclando poesía y diálogos en prosa con un hilo argumental que viene y va, llamando a la puerta de los sentimientos cotidianos y también de los más profundos, aquellos que intentamos ocultar.

     Pero puede que la mejor manera de explicar un poco de qué va todo esto sea compartir con vosotros el epílogo que encontraréis al final del libro:


Quizá a muchos de los lectores podrá parecerle extraño o incluso violento un libro de poesía que respira y bebe entre sus páginas de la figura del que hoy se considera paradigma del mal: Adolf Hitler. La idea surgió tras un trabajo de documentación que realicé —y sigo realizando cuando mi vida lo permite— para una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Esta labor me invitó a profundizar en el carácter del dictador y en sus vivencias íntimas con la plana mayor del nazismo. Pero fue la biografía del que fuese ministro de armamento y arquitecto preferido de Hitler, Albert Speer, la que despertó en mí cierta curiosidad por la forma en que alguien a quien se vislumbra, en el cine y la cultura actual, como un ser de mirada y discurso totalmente maléfico, que suele aparecer maldiciendo a sus enemigos o proclamando diatribas condenatorias sobre los judíos, se relacionaba con sus allegados e incluso formaba vínculos afectivos con ellos. Y digo incluso porque a todos nos puede parecer contradictorio que el hombre responsable de la muerte de millones de personas, que conspiraba contra los suyos con una frialdad desmesurada para mantenerse en el poder, fuera uno de los primeros en legislar contra el maltrato animal o un ecologista convencido; pero es que, al fin y al cabo, Hitler era humano; no estaba hecho de una piel distinta a la nuestra, tenía sus miedos, sus anhelos y sus pasiones, se emocionaba acudiendo a la ópera y lloró desconsoladamente la muerte de su madre. Estas palabras, claro está, no intentan de ninguna manera justificar su figura, tan solo aportarle la realidad que, en algunos ámbitos, se le ha arrebatado. No considero que admitir su naturaleza humana sea proveerle de un salvoconducto moral; Hitler fue lo que fue, y nada va a cambiarlo.

Tras leer parte del archiconocido e infame Mein Kampf, algunos de los monólogos recogidos por Hugh Trevor-Roper en Las conversaciones privadas de Hitler, varias biografías que relatan su vida partiendo de la niñez, y comprobar la forma en la que hacía atractivo su violento discurso de odio, apareció la idea de convertir al dictador paradigma del mal en la sombra que todos —o casi todos— llevamos en el corazón, el delito que de vez en cuando nos ronda la mente pero que, en la mayoría de los casos, desterramos con vehemencia apoyándonos en nuestro código ético. Esto, de nuevo, podría resultar escandaloso o incluso una banalización de los horribles crímenes que cometió Adolf Hitler, pero nada más lejos de mi pretensión. Podría haber utilizado una figura irreal o abstracta, como el diablo, a quien también hago referencia en el libro a modo de comparación entre ambos personajes, pero no habría surtido el mismo efecto. Hitler en este poemario es tan solo un personaje que representa al mal por naturaleza, la voz que nunca deberíamos escuchar, los malos consejos, la crueldad gratuita; y creo que, en este caso, cumple su cometido.

Veo necesario aclarar que ni pretendo insinuar que todos pudiéramos llegar a ser como Adolf Hitler si diésemos rienda suelta a nuestra oscuridad interior, ni tampoco que su maldad fuese algo normal o justificable; los hechos son los hechos, y por ellos, precisamente, encarna el mal absoluto en esta obra. Decir que el diablo nos tienta, que nos provoca para caer en la tentación —como tantas veces se ha dicho desde La Biblia— no significa que el diablo en todo su esplendor viva dentro de nosotros, o que vayamos a obrar como él.

¿Quién no se conmovería al ver a un muchacho de apenas dieciocho años llorar desconsoladamente, postrado ante el lecho de su madre? ¿Y si, al cabo de unos minutos, te aclarasen que ese muchacho es Adolf Hitler? Jugando con esa idea construí el poema que abre el primer capítulo del libro, una metáfora del primer encuentro con el mal que aflora en nuestro interior, el mal que aún no nos ha ocasionado ningún problema —aunque temamos que pueda llegar a hacerlo—, el mal que de ninguna manera sentimos que pueda haber sido dañino para nosotros, un mal al que podría llamarse —y esto supone un oxímoron en toda regla— inocente. ¿Seríamos capaces de desterrarlo sin haber sido víctima de sus consecuencias? ¿Seríamos capaces de matar a un jovencísimo Adolf Hitler antes de haber cometido sus crímenes?

Por último quiero hacer hincapié en el hecho de que la obra incluya otros momentos, otras temáticas, que en principio pudieran parecer el resultado de una maquetación inconexa debido a lo poco que tienen que ver entre sí, sin embargo esto responde a mi intento por mostrar lo que a mi parecer es el modus operandi del mal, que se presenta en nuestro interior sin ningún orden, entre esta cosa o aquella que estuviésemos haciendo, para sembrarte con sus propias dudas y rencores.

                                                                                                                                                                                  David Minayo

                                                                                 



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