sábado, 30 de noviembre de 2013

CARTA FINAL


«Carta Final» es el poema que cierra mi libro: «El amor en tiempos de los desguaces de coches», Ediciones Vitruvio:


 
CARTA FINAL

El poeta romántico está condenado
a enamorarse profundamente
de quien más lo rechace.

Con cada verso que escriba
avanzará un peldaño
hacia su propio abismo y su imprudente entrega.

Cuando toque fondo
se sentará a esperar
aquejado de largos dolores
pero con grandes ideas.

En realidad
el poeta romántico no busca curarse.
Su enfermedad consiste
en su modo de vida.

Postdata:

Si lees esto
quiero que sepas
que mereció la pena,

que fue un hermoso suicidio
enamorarme de ti.

DAVID MINAYO, 2013 


martes, 26 de noviembre de 2013

AUTONECROLOGÍA VI, de Jaime Sabines






El mediodía en la calle, atropellando ángeles,
violento, desgarbado;
gentes envenenadas lentamente
por el trabajo, el aire, los motores;
árboles empeñados en recoger su sombra,
ríos domesticados, panteones y jardines
transmitiendo programas musicales.
¿Cuál hormiga soy yo de estas que piso?
¿qué palabras en vuelo me levantan?
«Lo mejor de la escuela es el recreo»,
dice Judit, y pienso:
¿cuándo la vida me dará un recreo?
¡Carajo! Estoy cansado. Necesito
morirme siquiera una semana. 

JAIME SABINES 

Poeta y ensayista mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez en 1926.
Se radicó en Ciudad de México desde 1949 cuando inició sus estudios de Filosofía y Letras. Aunque escribió sus primeros poemas antes de los dieciocho años, fue allí en la universidad donde publicó «Horal» a la edad de veintitrés años. Un recuento de sus poemas fue publicado por la UNAM en 1962.En 1965 tras su visita a Cuba para servir como jurado del Premio Casa de las Américas, sufrió un gran desencanto con las tendencias izquierdistas, sentimiento que dejó plasmado en su libro «Yuria» publicado en 1967.

Su obra tiene un marcado acento informal que lo convierte en un poeta de todos los tiempos. Su prosa vehemente y su verso  sentido y sensual, nos hacen viajar  por un mundo de realidades vividas. En 1985 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

En 1986, con motivo de sus sesenta años, fue homenajeado por la UNAM y el INBA. Ese mismo año el Gobierno del Estado de Tabasco le entregó el Premio Juchimán de Plata. En 1991, el Consejo Consultivo le otorgó la Presea Ciudad de México y en 1994 el Senado de la República lo condecoró con la medalla Belisario Domínguez. 
 Por su libro «Pieces of Shadow» («Fragmentos de sombra»), antología de su poesía traducida al inglés y editada en
edición bilingüe, obtuvo  el Premio Mazatlán de Literatura 1996. 

Tras una larga enfermedad falleció en Ciudad de México en 1999.
 
Fuente: Amediavoz.com





Obra poética publicada

  • Horal (1950)
  • La señal (1951)
  • Adán y Eva (1952)
  • Tarumba (1956)
  • Diario semanario y poemas en prosa (1961)
  • Poemas sueltos (1951-1961)
  • Yuria (1967)
  • Tlatelolco (1968)
  • Maltiempo (1972)
  • Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973)
  • Otros poemas sueltos (1973-1994)
  • Nuevo recuento de poemas (1977)
  • Los amorosos: cartas a Chepita (2009).

Premios recibidos

jueves, 14 de noviembre de 2013

DEFINICIÓN DE POETA, lectura en Madrid Afro, acompañado de Andrés Sudón


El viernes pasado, 8 de noviembre, participé en una reunión de artistas en Madrid Afro, el Centro de estudio, investigación y desarrollo de la cultura afroespañola que se encuentra en el castizo barrio de Lavapiés. Hasta allí llegué invitado por mi amiga Malena María, poeta, actriz y artista de los pies a la cabeza a la que agradezco que siempre cuente conmigo.

Aquel lugar fue un verdadero descubrimiento, en el que conocí y me encontré con artistazos de la talla de Pedro Makay, Andrea Mazas, Yast Solo o Andrés Sudón, un magnífico cantautor que me acompañó con su guitarra en la lectura de dos poemas.

Os dejo el vídeo que grabó Daniel Ghersi, amigo y compañero de fatigas, de la parte en la que recito, acompañado por la guitarra de Andrés, el poema «Definición de poeta», de mi libro «El amor en tiempos de los desguaces de coches».


viernes, 8 de noviembre de 2013

POESÍA E IMITACIÓN, ARTE Y REALIDAD, de David Minayo



 
    La poesía —como todas las artes— es imitación: la imitación del mundo que nos rodea, de la realidad y sus extremos, que subyacen incluso en el más puro surrealismo. Es uno de los múltiples lenguajes artísticos disponibles, capaz de convertir, tan sólo con la palabra, la despedida de dos amantes en un instante literario.  La única limitación del poeta —y de cualquier otro artista— es la realidad, a la que está condenado. Por otro lado, definirse más allá de ella supondría no ser entendido ni alcanzar la empatía necesaria para causar emoción.

   Mi primer libro —El amor en tiempos de los desguaces de coches, que publica Ediciones Vitruvio en enero de 2014— comienza con una cita de Ignacio de Luzán (escritor y crítico del siglo dieciocho que teorizaba sobre el Neoclasicismo), que viene a explicar lo que acabo de decir: 
    La dulzura poética consiste y se funda en la moción de afectos, los cuales, si son verdaderos, lastiman o entristecen; imitados, deleitan: como deleita la pintura de un fiero dragón, que vivo causaría horror y espanto.

    El poeta, por tanto, debe ser primero un gran observador, arrinconar las imágenes en su fuero profundo, madurarlas, enfocarlas de forma correcta —porque casi todo vale según se aborde— y hacer un poco de magia con ellas, convertirlas en uno mismo como se mezcla la fruta exprimida con el vaso que la contiene, donde después de beber siempre quedan los restos.

    El sentimiento es la forma más pura de escribir poesía, pero también la más arriesgada, porque se debe saber convertir al verso lo que nos dicta nuestro interior, algo que, principalmente, se consigue con la lectura y la práctica, porque, por mucho que nos empeñemos, no es poeta todo aquél que escribe versos, sino el que sabe plasmar lo que quiere con el lenguaje que debe. 

    Como digo, la poesía no es sólo recurrir a la palabra corazón —ese músculo hueco que a todos nos late— cuando queremos hablar de relaciones pasadas, o nombrar a la luna si la noche se nos mete en la habitación y queremos expresar una distancia. Se trata de despertar la sensibilidad del lector y conseguir que el poema sea un todo cerrado y sin fisuras, que cada palabra esté en el lugar que debe y cada silencio ocupe su propia sepultura, que la mano que pasa la página acabe pensando en sí misma, y que ese pensamiento, tan necesario, se refleje en el poema; cosa, por otro lado, que se antoja bastante difícil.


    Por tanto, podemos escribir un poema de amor y recurrir a unos zapatos viejos, a un autobús vacío o a unos afilados cristales rotos, cualquier cosa vale. Una forma de hacerlo —la que suelo utilizar— es buscar lo que nos define en torno al tema que desarrollas, lo que nos hace iguales y puede despertar aquello que marca la tragedia aristotélica: la Catarsis. El lector tiene que cambiar con el poema, dejar de ser el mismo por un instante y convertirse en un híbrido, una mezcla entre el poeta y él. 

    Resulta difícil, porque muchas veces acaba invadiéndote el sentimiento de que todo lo que vas a hacer ya se ha hecho antes, y que por mucho que intentes buscar una forma propia siempre acabas pareciéndote a alguien. Pero no debes desanimarte, todo conlleva su tiempo.

    De cualquier modo, decir poesía puede ser soledad, un rincón determinado y un pensamiento recurrente, una forma de vida y la necesidad que aparece cuando el alma —o lo que nos mueve por dentro— necesita gritar. 

    El peor enemigo del artista es la afonía.

DAVID MINAYO, 2013